Se calculan en más de mil los españoles que combatieron en Indochina a lo largo de los nueve años que duró la guerra con Francia. La inmensa mayoría fueron soldados republicanos que, tras la derrota en la Guerra Civil y huidos a través de los Pirineos, acabaron confinados en los campos de refugiados del sur de Francia como Saint-Ciprien o Argelès-sur-Mer
La Guerra de Vietnam desatada contra Estados Unidos –junto con su precedente contra Francia, a la que se conoció como la Guerra de Indochina– provocó entre un millón y medio a seis millones de bajas; determinó el mapa geopolítico del mundo en la segunda mitad del siglo XX como consecuencia de la prolongación de la Guerra Fría, e involucró directamente a más de una decena de países.
Pero poco se sabe de la participación de españoles en aquellos conflictos. Se calcula en más de mil los españoles que lucharon en Indochina, reclutados por el ejército francés. Uno de ellos fue el legionario Ángel de Haro, que murió en 2012 en El Escorial, y cuyo testimonio se desvela por primera vez. Por otra parte, en 1965, el general Franco envió a Vietnam una misión sanitaria secreta que ha sido reconstruida recientemente por Manolo Navarro en un documental. En una carta personal dirigida al presidente norteamericano Lyndon B. Johnson, Franco pone de manifiesto la admiración que profesaba por el líder vietnamita Ho Chi Minh.
Ese amplio y nebuloso margen de víctimas (“de entre un millón y medio a seis millones”) proviene de la imposibilidad material de cuantificar con exactitud las bajas de los anónimos norvietnamitas, tanto los milicianos como la población civil. Más precisión encontramos en los censos facilitados por el bando opuesto: durante la guerra de Vietnam murieron 58.159 soldados norteamericanos, 1.700 desaparecieron y 303.000 resultaron heridos. Los que tuvieron el triste honor de encabezar la lista fueron el comandante Dale Buis y el sargento Chester Ovnard, durante los ataques a la base de Bien, aunque después les seguirían miles más.
Entre soldados de ejércitos colaboradores, como survietnamitas, coreanos (del Sur), australianos, neozelandeses y tailandeses sumaron otras 225.000 bajas más. Por parte de Vietnam del Norte las bajas calculadas, siempre con una relativa aproximación, ascendieron a más de 600.000 militares más 400.000 civiles: cerca de un millón de muertos. Por otra parte, en la guerra de Indochina los franceses perdieron cerca de 93.000 soldados frente a 175.000 milicianos del Viet Minh, más unos 250.000 civiles muertos…
Vietnam fue el primer conflicto televisado de la historia, lo que permitió la denuncia de los frecuentes abusos y violaciones contra la población civil. La conocida como ‘matanza de My Lai’, en marzo de 1968, desató un escándalo en Estados Unidos debido a la crueldad desencadenada por soldados norteamericanos en aquella localidad, donde sólo encontraron viejos, mujeres y niños, y que fue finalmente difundida por los periodistas y reporteros gráficos pese a los desmentidos oficiales y al intento de ocultar lo ocurrido. De hecho y a lo largo de toda la guerra del Vietnam, 278 soldados norteamericanos fueron condenados por sus propios tribunales por las atrocidades cometidas. La excusa declarada para justificar la intervención norteamericana para una guerra que se prolongaría desde 1955 hasta 1975 fue la de impedir la reunificación de ambos Vietnam, norte y sur, bajo un gobierno comunista, reunificación que al final no consiguieron evitar. Pero la guerra del Vietnam fue tan sólo la prolongación de la que libraron los franceses en Indochina.
Españoles bajo uniforme francés
Se calculan en más de mil los españoles que combatieron en Indochina a lo largo de los nueve años que duró la guerra con Francia. La inmensa mayoría fueron soldados republicanos que, tras la derrota en la Guerra Civil y huidos a través de los Pirineos, acabaron confinados en los campos de refugiados del sur de Francia como Saint-Ciprien o Argelès-sur-Mer. El gobierno francés les ofreció dos opciones: ser devueltos a España (con la casi total seguridad de ser fusilados, o de sufrir largas penas de prisión), o bien alistarse en el ejército francés y, en concreto, en la Legión Extranjera. Ante tales perspectivas se alistaron bajo bandera francesa unos 15.000 en total. Tras la experiencia bélica de tres años de lucha y ante la funesta posibilidad de ser entregados a Franco, muchos de ellos aceptaron. Posiblemente ya no sabían hacer otra cosa. La Segunda Guerra Mundial no tardó en estallar y bastantes de ellos lucharon en el norte de África (unos 2.000 en Túnez contra el Africa Korps del general Rommel), en suelo francés o hasta en las lejanas Indochina o Narvik, en Noruega.
Parte acabaron tras largo periplo a las órdenes de Philippe Leclerc, conde de Hauteclocque, más conocido como el general Leclerc. Rebelde frente al gobierno colaboracionista de Pétain, partidario y a las órdenes del entonces en Londres general Charles de Gaulle, comenzó desde Chad en 1943 una larga lucha que le llevó hasta la liberación de París. La Deuxième Division contaba con una compañía: la nueve, llamada así, en castellano, al estar integrada en su inmensa mayoría por 144 republicanos españoles. Leclerc se dirige al capitán Raymond Dronne, responsable de la Novena Compañía (la nueve), con estas palabras:
“… no hay que obedecer órdenes idiotas [por parte del Alto Mando norteamericano, en teoría coordinador del avance]. Dronne, tome a sus hombres de la Novena y entre en París. Diga a los parisinos que toda nuestra división estará con ellos mañana…”.
Y según testimonio personal de Dronne, que sabía apreciar a sus hombres y se había ganado su respeto, en sus Memorias:
“… eran hombres muy valientes. Difíciles de mandar, orgullosos, temerarios. Con una experiencia inmediata de la guerra. Muchos de ellos atravesaban una crisis moral grave, como consecuencia de la guerra civil española…”.
Los de la nueve son los primeros en entrar a París, el 25 de agosto de 1944, con sus tanquetas rotuladas con nombres de famosas batallas de la Guerra Civil Española: Guadalajara, Belchite, Brunete, Teruel… Pero ésa es otra historia. Volvamos a Vietnam.
Españoles en Vietnam
Hay testimonios o citaciones de muchos españoles que lucharon en Vietnam: Robert Pujol, José Cortés, Antonio Polanco… De entre ellos quizá hay que destacar al doctor Ripoll Fonte que, tras la guerra, se instaló como médico en la capital de Camboya haciéndose amigo del general camboyano Susten Fernández… como suena. Susten viajó a España en alguna ocasión asombrándose de la cantidad de Fernández que encuentra en España… De lo que se enteró más tarde es de que, en el siglo XVI, sus antepasados habían llegado desde Filipinas con la intención de conquistar el país jemer, sembrando su exótico apellido… Por mi parte, tuve la ocasión y el placer de conocer a Ángel de Haro, de arrebatada historia y que cada vez que nos veíamos gustaba de contarme episodios de su estancia en la Legión… o de lo que fue su experiencia en Dien Bien Phu.
Ángel se había alistado a la Legión en España. Cuando le faltaban pocos meses para licenciarse, una mañana les formaron en el patio, donde les ordenaron despojarse de sus uniformes. En la Legión ni se cuestionaban las órdenes. Así que se quedaron en calzoncillos en el patio inmediatamente a la voz de ¡ar! Ahora, dijo el oficial, pónganse esos otros… y señaló un montón que había apilados al lado. Se los pusieron sin rechistar y, una vez puestos, mirándose con disimulo unos a otros murmuraron, confirmaron que no eran del ejército español…
Efectivamente: eran uniformes de la Legión Extranjera Francesa… Sin mayores explicaciones los embarcaron en aviones y al cabo de muchas horas llegaron, para su asombro, a un lejano país del que seguramente ninguno de los legionarios ni siquiera había oído hablar. Faltaban aún unos cuantos años para que el nombre de Vietnam se hiciera famoso. Pero, según contaba Ángel, nada más llegar, muy pronto, aprendieron otro nombre: Dien Bien Phu. Corría el año 1954.
Dien Bien Phu
Tras nueve años de guerra en Indochina, y pese a algunas sonadas victorias del ejército francés, el tesón y la moral irreductibles de los guerrilleros del Viet Minh (más tarde conocido como Viet Cong) fueron cercando poco a poco a los franceses, hasta quedar reducidos en el valle de Dien Bien Phu, al norte del Vietnam. Un amplio valle cuajado de arrozales y pequeñas aldeas, de 16 por 9 kilómetros, surcado por el río Nan Yun. Los franceses escogieron este amplio valle por cuestiones estratégicas: principalmente para cortar la comunicación entre Laos y China, y pensando que aquí serían invencibles. Agrupados en el valle, instalaron dos pistas de aterrizaje y ocho puntos fuertes, todos con nombres de mujer: Beatrice, Gabrielle, Claudine, Anne-Marie, Huguette, Dominique, Eliane e Isabelle.
Los generales franceses subestimaron a los norvietnamitas pensando que allí podrían defenderse bien, y que los guerrilleros serían incapaces de instalar artillería potente en el circo de montañas que lo rodeaban. Los soldados franceses se burlaban de aquellos hombrecillos, bajitos, canijos… Pero como la Historia nos enseña a menudo y como suele suceder, cuando un ejército regular se enfrenta a guerrilleros siempre se creen mejores que ellos… y casi siempre se equivocan.
Los norvietnamitas estaban bajo el mando de su líder Ho Chi Minh, conocido cariñosamente como el tío Ho por los suyos. Su verdadero nombre era Nguyen That Than. Lo de Ho Chi Minh era su nombre de guerra y significa el que ilumina. Formado en Francia y en la URSS, combatiente en China con Mao Tse Tung contra el Kuomintang de Chiang Kai-Shek, y vencedor del ejército japonés que invadió Vietnam durante la Segunda Guerra Mundial, a los que logró expulsar. En Diem Bien Phu, el ejército norvietnamita estuvo bajo las órdenes directas del general Vo Nguyen Giap que, con anterioridad, había sufrido una derrota contra los franceses, pero también una sonada victoria y, contra lo que pensó el Alto Mando francés, subieron prácticamente a pulso su artillería y abundante munición hasta la cresta de las montañas, cargándola a hombros, tirando con cuerdas de los cañones, escondiéndolos después en refugios antiaéreos a salvo de los aviones enemigos. Cuenta Giap:
El despliegue francés tuvo lugar el 20 de noviembre de 1953. En lo que se denominó la Operación Castor fueron lanzados 4.000 paracaidistas, que tomaron la posición ese mismo día sin encontrar resistencia. En los siguientes tres días se fueron sumando 9.000 hombres más. Durante casi dos meses la situación parecía tranquila. Construyeron las dos pistas de aterrizaje y los ocho campamentos con nombres de mujer. Pero la noche del 31 de enero de 1954 se desató el comienzo del fin. Desde la cresta de las montañas, desde sus escondites a salvo de la aviación, ante la incredulidad y la desesperación de los franceses, 200 cañones machacan los campamentos y las pistas de aviación. Cañones que, para colmo, están fuera del alcance de la artillería francesa. Cuando el Alto Mando francés intenta una operación de apoyo a cargo del R. C. P. (Regimiento de Cazadores Paracaidistas), es ferozmente rechazado por el Viet Minh con artillería antiaérea. Nuevo desconcierto para los franceses que no contaban con que los vietnamitas dispusieran de ese tipo de armamento. Durante algunas semanas Giap no arriesga a sus hombres, tan sólo deja que la artillería siembre la carga mortal de sus obuses.
En la madrugada del 12 de marzo, Giap se decide a lanzar su infantería, que conquista las posiciones Béatrice y Gabrielle y aniquila dos batallones de franceses. El comandante de artillería se suicida aquella misma noche, aunque el Alto Mando decide no comunicarlo inmediatamente a la tropa para evitar que cundiera la desmoralización. El Jefe de Estado Mayor, conde Hubert-Marie-Jean-Albert de Seguins-Pazzis, sufre una crisis nerviosa que le mantiene varias horas fuera de juego. Seis días más tarde, el 18 de marzo, los vietnamitas han tomado el primer aeropuerto. Pocos días después, el segundo aeropuerto ya es suyo. El 28 de marzo aterriza el último avión francés que resulta inmediatamente destruido. Inhabilitadas las pistas de aterrizaje, los suministros de munición y de materiales ya sólo se pueden hacer lanzándolos en paracaídas que, para desgracia de los franceses, suelen caer dentro de la zona controlada por el Viet Minh. Para colmo, a mediados de abril hacen su aparición los monzones, imposibilitando cualquier ayuda desde el aire, además de convertir búnkeres y trincheras en pozos y lodazales.
La moral de los franceses no puede estar más por los suelos. Su prioridad es aguantar como sea hasta que se celebre la Convención de Ginebra donde se pretende establecer la paz entre Francia y el Vietnam, pero no les va a dar tiempo. Los mercenarios vietnamitas han desertado en masa, y otros dos mil desertores, magrebíes en su mayoría, han abandonado los campamentos y se esconden en cuevas a lo largo del río Nam Yum (“las ratas del Nam Yum”, les llaman sus antiguos camaradas) de dónde sólo salen por la noche para robar comida. Entre los desertores también se contaron españoles, pero no para escapar, sino para unirse al enemigo. Desde el comienzo de la Guerra de Indochina, hacía ocho años, muchos de los soldados bajo uniforme francés, antiguos soldados republicanos y de fuertes convicciones comunistas, veían con mucha más simpatía a los vietnamitas de Ho Chi Minh que a los imperialistas franceses. De hecho Ho Chi Minh invitó por radio a los soldados del ejército francés a desertar y unirse a ellos. Alguna de las alocuciones estaban dirigidas a los españoles y en español que, curiosamente, dominaba de forma casi perfecta.
Ángel de Haro y sus caballeros legionarios trasplantados a Vietnam sufrieron junto al ejército francés el acoso norvietnamita, replegándose cada vez más, abandonando de uno en uno aquellos puntos fuertes con nombre de mujer, incapaces tan sólo de una débil resistencia. Ángel contaba anécdotas como la de una oficial médico, de las pocas mujeres que había en Dien Bien Phu, que salía a recoger heridos con los camilleros bajo el fuego enemigo, disparando con la otra mano una pistola sin parar.
El general Giap describió de una forma muy oriental, hasta poética, los estragos que su táctica de guerra producía en los franceses:
Ángel tuvo suerte y logró regresar a Francia, donde trabajó varios años hasta su regreso a España. Como él decía, al alistarse vendió su vida a la Legión por un sueldo ínfimo… pero salvó la vida. Ho Chi Minh había vuelto a ganar lo que se llamó la Batalla de Indochina. Repetiría la victoria una vez más contra el poderoso ejército norteamericano, en lo que se llamaría la Guerra de Vietnam, aunque no pudo llegar a verlo. Murió poco tiempo antes de la victoria, de tuberculosis, en una cueva donde se escondía cerca de Hanoi, el 2 de septiembre de 1969, a los 79 años de edad.
Franco y ‘Los doce de la fama’
Manolo Navarro, al que conocí en Tombuctú, dueño de la productora La Nave de Tharsis, terminó hace poco un documental titulado: Go Cong. La guerra secreta de los españoles en Vietnam, en el que ha invertido varios años de trabajo. Me preguntó en su momento si no conocería alguien que hubiese luchado por allí. Le hablé de mi amigo Ángel, y le conté el episodio de Diem Bien Phu.
Mi sorpresa fue que, con lo locuaz que era Ángel habitualmente, se negó a aparecer ante una cámara contando sus experiencias en Vietnam. Ángel murió hace cuatro años, pero con su hija elaboramos algunas teorías, como la de que hubiese un pacto de silencio ante aquellos hechos, posiblemente con la Legión Extranjera o el ejército francés. De hecho, el gobierno de París, en agradecimiento por los servicios de armas prestados bajo su uniforme, le ofreció la nacionalidad –que no aceptó– y trabajos de responsabilidad y confianza en factorías francesas de la aviación, donde trabajó varios años.
El documental de Manolo Navarro desvela un episodio que fue ocultado bajo el franquismo. Durante la Guerra del Vietnam, en 1965, el presidente norteamericano Johnson solicitó colaboración militar a varios países europeos en un intento de no aparecer él sólo como el agresor. Entre otros pidió ayuda a España, con la seguridad de que con la amistad hispano-norteamericana y contando con el feroz anticomunismo de Franco, sin duda le apoyaría. La solicitud se hizo a través de la Free World Military Assistance Office.
La gran sorpresa fue la respuesta de Franco. En unos documentos recientemente desclasificados se puede ver una carta enviada al embajador español en Washington, Merry del Val. Se afirma que la carta ha sido redactada de puño y letra por el propio Franco, aunque más tarde corregida, con la orden de que le fuese entregada al presidente norteamericano. Expone –resumo algo, pero el contenido es literal– un análisis certero y lleno de sentido común sobre la situación en el conflicto vietnamita:
1º. La guerra en la selva será un fracaso. La guerra de guerrillas será interminable.
2º. Una guerra prolongada sólo favorecerá a los chinos.
3º. Los americanos siempre serán considerados como extranjeros. Nunca aceptados por la población local.
4º. No es un asunto militar, sino un asunto político.
5º. Los pueblos oprimidos y pobres siempre elegirán el comunismo porque es el único camino eficaz que se les deja.
6º. No se pueden negar realidades presentes como el socialismo. El comunismo no desaparecerá del sudeste asiático por la fuerza de las armas.
7º. Hay soluciones. Todos los actores en conflicto aspiran a lo mismo: echar a los chinos.
8º. A Hochi Ing [así llama Franco a Ho Chi Minh en la carta], por su historia y su empeño en echar a los japoneses primero, a los chinos después y a los franceses más tarde, hemos de confirmarle un mérito de patriota al que no puede dejar indiferente el aniquilamiento de su país. Dejando a un lado su carácter de duro adversario, podría ser el hombre de esta hora que el Vietnam necesita.
Asombra la indiscutible admiración que Franco sentía hacia Ho Chi Minh, y aquí hay que reconocer la inteligencia militar de un hombre, con la experiencia de haber combatido a la guerrilla de los rifeños durante varios años.
Franco, pese a lo que esperaba el presidente Johnson, no envió destacamentos armados, sino un grupo de doce médicos militares, todos ellos voluntarios, a los que se conoció más tarde como Los doce de la fama, y que estuvieron durante cinco años atendiendo al personal civil en el Hospital Español, en la población de Go Cong, en el delta del Mekong, al sur de Vietnam.
Recuerdan algunos de aquellos médicos, entrevistados en el documental de Navarro, el trabajo con la población local, entre la que estaban muy bien considerados, sobre todo al comprobar éstos la diferencia del trato hacia los vietnamitas por parte de aquellos médicos españoles que les atendían y el personal norteamericano, muy militarizado, que utilizaba sus propios hospitales generalmente para ellos solos.
De hecho Los doce de la fama solían andar escasos de medios y tuvieron que solicitarlos en repetidas ocasiones tanto al mando estadounidense como al gobierno español. Atendían sobre todo enfermedades comunes, cirugías, pero también algún caso aislado por heridas de guerra entre las que, sospechan, hubo algún que otro guerrillero del Viet Cong, a los que cuidaron igual que a los demás. Los militares del Viet Cong eran conscientes y apreciaban la ayuda prestada a los civiles.
Según avanzaba la guerra y los guerrilleros del Viet Cong ganaban terreno, comenzaron a bombardear Go Cong y alguna bomba dañó parte del hospital. Aguantaron aún un tiempo, pero la presión se iba haciendo cada vez más fuerte. La guerra estaba llegando a su desenlace, y al final fueron evacuados y regresaron a España.
Tomado de: fronterad
La Guerra de Vietnam desatada contra Estados Unidos –junto con su precedente contra Francia, a la que se conoció como la Guerra de Indochina– provocó entre un millón y medio a seis millones de bajas; determinó el mapa geopolítico del mundo en la segunda mitad del siglo XX como consecuencia de la prolongación de la Guerra Fría, e involucró directamente a más de una decena de países.
Pero poco se sabe de la participación de españoles en aquellos conflictos. Se calcula en más de mil los españoles que lucharon en Indochina, reclutados por el ejército francés. Uno de ellos fue el legionario Ángel de Haro, que murió en 2012 en El Escorial, y cuyo testimonio se desvela por primera vez. Por otra parte, en 1965, el general Franco envió a Vietnam una misión sanitaria secreta que ha sido reconstruida recientemente por Manolo Navarro en un documental. En una carta personal dirigida al presidente norteamericano Lyndon B. Johnson, Franco pone de manifiesto la admiración que profesaba por el líder vietnamita Ho Chi Minh.
Ese amplio y nebuloso margen de víctimas (“de entre un millón y medio a seis millones”) proviene de la imposibilidad material de cuantificar con exactitud las bajas de los anónimos norvietnamitas, tanto los milicianos como la población civil. Más precisión encontramos en los censos facilitados por el bando opuesto: durante la guerra de Vietnam murieron 58.159 soldados norteamericanos, 1.700 desaparecieron y 303.000 resultaron heridos. Los que tuvieron el triste honor de encabezar la lista fueron el comandante Dale Buis y el sargento Chester Ovnard, durante los ataques a la base de Bien, aunque después les seguirían miles más.
Entre soldados de ejércitos colaboradores, como survietnamitas, coreanos (del Sur), australianos, neozelandeses y tailandeses sumaron otras 225.000 bajas más. Por parte de Vietnam del Norte las bajas calculadas, siempre con una relativa aproximación, ascendieron a más de 600.000 militares más 400.000 civiles: cerca de un millón de muertos. Por otra parte, en la guerra de Indochina los franceses perdieron cerca de 93.000 soldados frente a 175.000 milicianos del Viet Minh, más unos 250.000 civiles muertos…
Vietnam fue el primer conflicto televisado de la historia, lo que permitió la denuncia de los frecuentes abusos y violaciones contra la población civil. La conocida como ‘matanza de My Lai’, en marzo de 1968, desató un escándalo en Estados Unidos debido a la crueldad desencadenada por soldados norteamericanos en aquella localidad, donde sólo encontraron viejos, mujeres y niños, y que fue finalmente difundida por los periodistas y reporteros gráficos pese a los desmentidos oficiales y al intento de ocultar lo ocurrido. De hecho y a lo largo de toda la guerra del Vietnam, 278 soldados norteamericanos fueron condenados por sus propios tribunales por las atrocidades cometidas. La excusa declarada para justificar la intervención norteamericana para una guerra que se prolongaría desde 1955 hasta 1975 fue la de impedir la reunificación de ambos Vietnam, norte y sur, bajo un gobierno comunista, reunificación que al final no consiguieron evitar. Pero la guerra del Vietnam fue tan sólo la prolongación de la que libraron los franceses en Indochina.
Españoles bajo uniforme francés
Se calculan en más de mil los españoles que combatieron en Indochina a lo largo de los nueve años que duró la guerra con Francia. La inmensa mayoría fueron soldados republicanos que, tras la derrota en la Guerra Civil y huidos a través de los Pirineos, acabaron confinados en los campos de refugiados del sur de Francia como Saint-Ciprien o Argelès-sur-Mer. El gobierno francés les ofreció dos opciones: ser devueltos a España (con la casi total seguridad de ser fusilados, o de sufrir largas penas de prisión), o bien alistarse en el ejército francés y, en concreto, en la Legión Extranjera. Ante tales perspectivas se alistaron bajo bandera francesa unos 15.000 en total. Tras la experiencia bélica de tres años de lucha y ante la funesta posibilidad de ser entregados a Franco, muchos de ellos aceptaron. Posiblemente ya no sabían hacer otra cosa. La Segunda Guerra Mundial no tardó en estallar y bastantes de ellos lucharon en el norte de África (unos 2.000 en Túnez contra el Africa Korps del general Rommel), en suelo francés o hasta en las lejanas Indochina o Narvik, en Noruega.
Parte acabaron tras largo periplo a las órdenes de Philippe Leclerc, conde de Hauteclocque, más conocido como el general Leclerc. Rebelde frente al gobierno colaboracionista de Pétain, partidario y a las órdenes del entonces en Londres general Charles de Gaulle, comenzó desde Chad en 1943 una larga lucha que le llevó hasta la liberación de París. La Deuxième Division contaba con una compañía: la nueve, llamada así, en castellano, al estar integrada en su inmensa mayoría por 144 republicanos españoles. Leclerc se dirige al capitán Raymond Dronne, responsable de la Novena Compañía (la nueve), con estas palabras:
“… no hay que obedecer órdenes idiotas [por parte del Alto Mando norteamericano, en teoría coordinador del avance]. Dronne, tome a sus hombres de la Novena y entre en París. Diga a los parisinos que toda nuestra división estará con ellos mañana…”.
Y según testimonio personal de Dronne, que sabía apreciar a sus hombres y se había ganado su respeto, en sus Memorias:
“… eran hombres muy valientes. Difíciles de mandar, orgullosos, temerarios. Con una experiencia inmediata de la guerra. Muchos de ellos atravesaban una crisis moral grave, como consecuencia de la guerra civil española…”.
Los de la nueve son los primeros en entrar a París, el 25 de agosto de 1944, con sus tanquetas rotuladas con nombres de famosas batallas de la Guerra Civil Española: Guadalajara, Belchite, Brunete, Teruel… Pero ésa es otra historia. Volvamos a Vietnam.
Españoles en Vietnam
Hay testimonios o citaciones de muchos españoles que lucharon en Vietnam: Robert Pujol, José Cortés, Antonio Polanco… De entre ellos quizá hay que destacar al doctor Ripoll Fonte que, tras la guerra, se instaló como médico en la capital de Camboya haciéndose amigo del general camboyano Susten Fernández… como suena. Susten viajó a España en alguna ocasión asombrándose de la cantidad de Fernández que encuentra en España… De lo que se enteró más tarde es de que, en el siglo XVI, sus antepasados habían llegado desde Filipinas con la intención de conquistar el país jemer, sembrando su exótico apellido… Por mi parte, tuve la ocasión y el placer de conocer a Ángel de Haro, de arrebatada historia y que cada vez que nos veíamos gustaba de contarme episodios de su estancia en la Legión… o de lo que fue su experiencia en Dien Bien Phu.
Ángel se había alistado a la Legión en España. Cuando le faltaban pocos meses para licenciarse, una mañana les formaron en el patio, donde les ordenaron despojarse de sus uniformes. En la Legión ni se cuestionaban las órdenes. Así que se quedaron en calzoncillos en el patio inmediatamente a la voz de ¡ar! Ahora, dijo el oficial, pónganse esos otros… y señaló un montón que había apilados al lado. Se los pusieron sin rechistar y, una vez puestos, mirándose con disimulo unos a otros murmuraron, confirmaron que no eran del ejército español…
Efectivamente: eran uniformes de la Legión Extranjera Francesa… Sin mayores explicaciones los embarcaron en aviones y al cabo de muchas horas llegaron, para su asombro, a un lejano país del que seguramente ninguno de los legionarios ni siquiera había oído hablar. Faltaban aún unos cuantos años para que el nombre de Vietnam se hiciera famoso. Pero, según contaba Ángel, nada más llegar, muy pronto, aprendieron otro nombre: Dien Bien Phu. Corría el año 1954.
Dien Bien Phu
Tras nueve años de guerra en Indochina, y pese a algunas sonadas victorias del ejército francés, el tesón y la moral irreductibles de los guerrilleros del Viet Minh (más tarde conocido como Viet Cong) fueron cercando poco a poco a los franceses, hasta quedar reducidos en el valle de Dien Bien Phu, al norte del Vietnam. Un amplio valle cuajado de arrozales y pequeñas aldeas, de 16 por 9 kilómetros, surcado por el río Nan Yun. Los franceses escogieron este amplio valle por cuestiones estratégicas: principalmente para cortar la comunicación entre Laos y China, y pensando que aquí serían invencibles. Agrupados en el valle, instalaron dos pistas de aterrizaje y ocho puntos fuertes, todos con nombres de mujer: Beatrice, Gabrielle, Claudine, Anne-Marie, Huguette, Dominique, Eliane e Isabelle.
Los generales franceses subestimaron a los norvietnamitas pensando que allí podrían defenderse bien, y que los guerrilleros serían incapaces de instalar artillería potente en el circo de montañas que lo rodeaban. Los soldados franceses se burlaban de aquellos hombrecillos, bajitos, canijos… Pero como la Historia nos enseña a menudo y como suele suceder, cuando un ejército regular se enfrenta a guerrilleros siempre se creen mejores que ellos… y casi siempre se equivocan.
Los norvietnamitas estaban bajo el mando de su líder Ho Chi Minh, conocido cariñosamente como el tío Ho por los suyos. Su verdadero nombre era Nguyen That Than. Lo de Ho Chi Minh era su nombre de guerra y significa el que ilumina. Formado en Francia y en la URSS, combatiente en China con Mao Tse Tung contra el Kuomintang de Chiang Kai-Shek, y vencedor del ejército japonés que invadió Vietnam durante la Segunda Guerra Mundial, a los que logró expulsar. En Diem Bien Phu, el ejército norvietnamita estuvo bajo las órdenes directas del general Vo Nguyen Giap que, con anterioridad, había sufrido una derrota contra los franceses, pero también una sonada victoria y, contra lo que pensó el Alto Mando francés, subieron prácticamente a pulso su artillería y abundante munición hasta la cresta de las montañas, cargándola a hombros, tirando con cuerdas de los cañones, escondiéndolos después en refugios antiaéreos a salvo de los aviones enemigos. Cuenta Giap:
“… para el Estado Mayor francés era imposible que pudiéramos instalar artillería en las alturas que dominan la olla de Dien Bien Phu, pero desmontamos los cañones para transportarlos pieza por pieza… [y añade, irónico] …¡siguiendo su lógica formal, tenían razón!... [Más adelante continúa]: ¡nuestros pies son de hierro!… utilizamos millares de bicicletas fabricadas en Saint Étienne [en Francia] que modificamos para llevar cargas de 250 kg…”.El ejército regular de Giap, conocido como el Chu Luc, constaba de 50.000 hombres, a los que había que añadir artillería pesada china atendida por expertos chinos, cosa que los franceses desconocían. El ejército francés destacado en Dien Bien Phu estaba formado por 13.000 hombres. En parte, ejército regular; en parte, la fuerza de choque de la Legión Extranjera, y el resto mercenarios argelinos, marroquíes, senegaleses y vietnamitas. Como soporte, 28 cañones, 28 morteros, 10 tanques ligeros M24 y 6 cazas Bearcat. Los españoles invitados a formar parte de la Legión Extranjera son englobados en el 2º Batallón Extranjero de Paracaidistas, bajo el mando del comandante Liensenfelt. En total, unos doscientos. Y entre ellos, Ángel Haro.
El despliegue francés tuvo lugar el 20 de noviembre de 1953. En lo que se denominó la Operación Castor fueron lanzados 4.000 paracaidistas, que tomaron la posición ese mismo día sin encontrar resistencia. En los siguientes tres días se fueron sumando 9.000 hombres más. Durante casi dos meses la situación parecía tranquila. Construyeron las dos pistas de aterrizaje y los ocho campamentos con nombres de mujer. Pero la noche del 31 de enero de 1954 se desató el comienzo del fin. Desde la cresta de las montañas, desde sus escondites a salvo de la aviación, ante la incredulidad y la desesperación de los franceses, 200 cañones machacan los campamentos y las pistas de aviación. Cañones que, para colmo, están fuera del alcance de la artillería francesa. Cuando el Alto Mando francés intenta una operación de apoyo a cargo del R. C. P. (Regimiento de Cazadores Paracaidistas), es ferozmente rechazado por el Viet Minh con artillería antiaérea. Nuevo desconcierto para los franceses que no contaban con que los vietnamitas dispusieran de ese tipo de armamento. Durante algunas semanas Giap no arriesga a sus hombres, tan sólo deja que la artillería siembre la carga mortal de sus obuses.
En la madrugada del 12 de marzo, Giap se decide a lanzar su infantería, que conquista las posiciones Béatrice y Gabrielle y aniquila dos batallones de franceses. El comandante de artillería se suicida aquella misma noche, aunque el Alto Mando decide no comunicarlo inmediatamente a la tropa para evitar que cundiera la desmoralización. El Jefe de Estado Mayor, conde Hubert-Marie-Jean-Albert de Seguins-Pazzis, sufre una crisis nerviosa que le mantiene varias horas fuera de juego. Seis días más tarde, el 18 de marzo, los vietnamitas han tomado el primer aeropuerto. Pocos días después, el segundo aeropuerto ya es suyo. El 28 de marzo aterriza el último avión francés que resulta inmediatamente destruido. Inhabilitadas las pistas de aterrizaje, los suministros de munición y de materiales ya sólo se pueden hacer lanzándolos en paracaídas que, para desgracia de los franceses, suelen caer dentro de la zona controlada por el Viet Minh. Para colmo, a mediados de abril hacen su aparición los monzones, imposibilitando cualquier ayuda desde el aire, además de convertir búnkeres y trincheras en pozos y lodazales.
La moral de los franceses no puede estar más por los suelos. Su prioridad es aguantar como sea hasta que se celebre la Convención de Ginebra donde se pretende establecer la paz entre Francia y el Vietnam, pero no les va a dar tiempo. Los mercenarios vietnamitas han desertado en masa, y otros dos mil desertores, magrebíes en su mayoría, han abandonado los campamentos y se esconden en cuevas a lo largo del río Nam Yum (“las ratas del Nam Yum”, les llaman sus antiguos camaradas) de dónde sólo salen por la noche para robar comida. Entre los desertores también se contaron españoles, pero no para escapar, sino para unirse al enemigo. Desde el comienzo de la Guerra de Indochina, hacía ocho años, muchos de los soldados bajo uniforme francés, antiguos soldados republicanos y de fuertes convicciones comunistas, veían con mucha más simpatía a los vietnamitas de Ho Chi Minh que a los imperialistas franceses. De hecho Ho Chi Minh invitó por radio a los soldados del ejército francés a desertar y unirse a ellos. Alguna de las alocuciones estaban dirigidas a los españoles y en español que, curiosamente, dominaba de forma casi perfecta.
Ángel de Haro y sus caballeros legionarios trasplantados a Vietnam sufrieron junto al ejército francés el acoso norvietnamita, replegándose cada vez más, abandonando de uno en uno aquellos puntos fuertes con nombre de mujer, incapaces tan sólo de una débil resistencia. Ángel contaba anécdotas como la de una oficial médico, de las pocas mujeres que había en Dien Bien Phu, que salía a recoger heridos con los camilleros bajo el fuego enemigo, disparando con la otra mano una pistola sin parar.
El general Giap describió de una forma muy oriental, hasta poética, los estragos que su táctica de guerra producía en los franceses:
“… será una pelea entre un elefante y un tigre. Si el tigre se queda quieto el elefante lo aplastará sin remedio, pero el tigre nunca se quedará quieto. Saltará sobre el lomo del elefante arrancándole grandes trozos de carne para esconderse después en la jungla. Así el elefante morirá desangrado. Será el lento desangrarse del elefante caído…”.Por fin, diezmados, cercados y sin más opción, los franceses se rinden el 8 de mayo de 1954. Hasta el último momento se lanzaron refuerzos de paracaidistas, pero no bastaban: fueron enviados 4.306 soldados en total para sustituir a las pérdidas, que ascendían a 5.500 bajas. De los 20.000 combatientes franceses de la guarnición se contabilizaron un total de 7.500 bajas entre muertos y heridos. Sólo los muertos, 2.293, entre fuerzas aerotransportadas y Legión Extranjera. Tras la rendición 11.721 fueron hechos prisioneros y enviados a campos de trabajo. De éstos sólo sobrevivieron 3.290. El resto murió en los campos, por hambre y enfermedades.
Ángel tuvo suerte y logró regresar a Francia, donde trabajó varios años hasta su regreso a España. Como él decía, al alistarse vendió su vida a la Legión por un sueldo ínfimo… pero salvó la vida. Ho Chi Minh había vuelto a ganar lo que se llamó la Batalla de Indochina. Repetiría la victoria una vez más contra el poderoso ejército norteamericano, en lo que se llamaría la Guerra de Vietnam, aunque no pudo llegar a verlo. Murió poco tiempo antes de la victoria, de tuberculosis, en una cueva donde se escondía cerca de Hanoi, el 2 de septiembre de 1969, a los 79 años de edad.
Franco y ‘Los doce de la fama’
Manolo Navarro, al que conocí en Tombuctú, dueño de la productora La Nave de Tharsis, terminó hace poco un documental titulado: Go Cong. La guerra secreta de los españoles en Vietnam, en el que ha invertido varios años de trabajo. Me preguntó en su momento si no conocería alguien que hubiese luchado por allí. Le hablé de mi amigo Ángel, y le conté el episodio de Diem Bien Phu.
Mi sorpresa fue que, con lo locuaz que era Ángel habitualmente, se negó a aparecer ante una cámara contando sus experiencias en Vietnam. Ángel murió hace cuatro años, pero con su hija elaboramos algunas teorías, como la de que hubiese un pacto de silencio ante aquellos hechos, posiblemente con la Legión Extranjera o el ejército francés. De hecho, el gobierno de París, en agradecimiento por los servicios de armas prestados bajo su uniforme, le ofreció la nacionalidad –que no aceptó– y trabajos de responsabilidad y confianza en factorías francesas de la aviación, donde trabajó varios años.
El documental de Manolo Navarro desvela un episodio que fue ocultado bajo el franquismo. Durante la Guerra del Vietnam, en 1965, el presidente norteamericano Johnson solicitó colaboración militar a varios países europeos en un intento de no aparecer él sólo como el agresor. Entre otros pidió ayuda a España, con la seguridad de que con la amistad hispano-norteamericana y contando con el feroz anticomunismo de Franco, sin duda le apoyaría. La solicitud se hizo a través de la Free World Military Assistance Office.
La gran sorpresa fue la respuesta de Franco. En unos documentos recientemente desclasificados se puede ver una carta enviada al embajador español en Washington, Merry del Val. Se afirma que la carta ha sido redactada de puño y letra por el propio Franco, aunque más tarde corregida, con la orden de que le fuese entregada al presidente norteamericano. Expone –resumo algo, pero el contenido es literal– un análisis certero y lleno de sentido común sobre la situación en el conflicto vietnamita:
1º. La guerra en la selva será un fracaso. La guerra de guerrillas será interminable.
2º. Una guerra prolongada sólo favorecerá a los chinos.
3º. Los americanos siempre serán considerados como extranjeros. Nunca aceptados por la población local.
4º. No es un asunto militar, sino un asunto político.
5º. Los pueblos oprimidos y pobres siempre elegirán el comunismo porque es el único camino eficaz que se les deja.
6º. No se pueden negar realidades presentes como el socialismo. El comunismo no desaparecerá del sudeste asiático por la fuerza de las armas.
7º. Hay soluciones. Todos los actores en conflicto aspiran a lo mismo: echar a los chinos.
8º. A Hochi Ing [así llama Franco a Ho Chi Minh en la carta], por su historia y su empeño en echar a los japoneses primero, a los chinos después y a los franceses más tarde, hemos de confirmarle un mérito de patriota al que no puede dejar indiferente el aniquilamiento de su país. Dejando a un lado su carácter de duro adversario, podría ser el hombre de esta hora que el Vietnam necesita.
Asombra la indiscutible admiración que Franco sentía hacia Ho Chi Minh, y aquí hay que reconocer la inteligencia militar de un hombre, con la experiencia de haber combatido a la guerrilla de los rifeños durante varios años.
Franco, pese a lo que esperaba el presidente Johnson, no envió destacamentos armados, sino un grupo de doce médicos militares, todos ellos voluntarios, a los que se conoció más tarde como Los doce de la fama, y que estuvieron durante cinco años atendiendo al personal civil en el Hospital Español, en la población de Go Cong, en el delta del Mekong, al sur de Vietnam.
Recuerdan algunos de aquellos médicos, entrevistados en el documental de Navarro, el trabajo con la población local, entre la que estaban muy bien considerados, sobre todo al comprobar éstos la diferencia del trato hacia los vietnamitas por parte de aquellos médicos españoles que les atendían y el personal norteamericano, muy militarizado, que utilizaba sus propios hospitales generalmente para ellos solos.
De hecho Los doce de la fama solían andar escasos de medios y tuvieron que solicitarlos en repetidas ocasiones tanto al mando estadounidense como al gobierno español. Atendían sobre todo enfermedades comunes, cirugías, pero también algún caso aislado por heridas de guerra entre las que, sospechan, hubo algún que otro guerrillero del Viet Cong, a los que cuidaron igual que a los demás. Los militares del Viet Cong eran conscientes y apreciaban la ayuda prestada a los civiles.
Según avanzaba la guerra y los guerrilleros del Viet Cong ganaban terreno, comenzaron a bombardear Go Cong y alguna bomba dañó parte del hospital. Aguantaron aún un tiempo, pero la presión se iba haciendo cada vez más fuerte. La guerra estaba llegando a su desenlace, y al final fueron evacuados y regresaron a España.
Tomado de: fronterad
Acerca de ancilo59
Hola, Mí nombre es Andrés Cifuentes. Soy un andaluz que lleva desde 1967 viviendo en Madrid. Es una ciudad cosmopolita, centro de negocios, sede de la Administración pública, central del Gobierno del Estado y del Parlamento español. Ojalá quien habla de nuestra incultura se acuerde de Séneca, Columela, Maimónides, Averroes, Góngora, Bécquer, Alexandre, Lorca, Juan Ramón Jiménez, Machado, Falla, Zambrano, Picasso, Velázquez, Murillo, Alberti, Carlos Cano, Gala, Luis Rojas Marcos, Sabina…
¡Excelente!
ResponderEliminar"Asombra la indiscutible admiración que Franco sentía hacia Ho Chi Minh, y aquí hay que reconocer la inteligencia militar de un hombre, con la experiencia de haber combatido a la guerrilla de los rifeños durante varios años."
Hay héroes y anti héroes dependiendo del bando, la historia de los pueblos siempre la escriben los ganadores aunque no sé si acertado presumir que se gana algo en medio de un charco de sangre pero es y ha sido la humanidad que tenemos y no veo, lamentablemente, un final feliz.
Excelente trabajo. Bravo
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