Para el cinéfilo, la figura de Tomás Moro (1478-1535) evoca la magistral Un hombre para la eternidad, de Fred Zinnemann (1966), en la que el gran humanista aparece con las facciones de Paul Scofield. La película es, en el fondo, una versión en traje de época de Solo ante el peligro (1952), también de Zinnemann: ambas están protagonizadas por un héroe que arriesga la vida por ser fiel a su conciencia, mientras quienes deberían ayudarle le dan la espalda.
El título original de Un hombre para la eternidad, A Man for all Seasons (un hombre para todas las estaciones), aludía a la forma en que era conocido Moro en su tiempo. El gramático Robert Whittington se había referido a él en 1520 con estas palabras. Pocos años antes, Erasmo de Róterdam , en Elogio de la locura (1511), había utilizado unos términos muy similares: “Un hombre para todas las horas”. Ambos querían decir que el inglés era una persona fiel a sí misma, siempre constante.
Tomás Moro fue un fiel servidor del monarca Enrique VIII (en la imagen), a pesar de oponerse al cisma.
De la teoría a la prácticaTomás Moro publicó, en 1516, Utopía , la obra que lo hizo célebre, acerca de una sociedad ideal situada en una isla imaginaria. Todavía hoy, la palabra que da título al libro designa proyectos de difícil realización. En los años siguientes, en cambio, se dedicó a la política práctica y culminó su carrera con el nombramiento de Lord Canciller.
Tomás Moro se oponía a la anulación del matrimonio de Enrique VIII, pero era leal al monarca hasta las últimas consecuencias
Ante la Reforma protestante, su actitud fue la de un claro opositor. Como la mayoría de los cristianos de su época, no veía nada malo en la quema de herejes, tal como nos recuerda Peter Ackroyd en un gran estudio biográfico. De todas formas, la cuestión se ha prestado al debate entre los estudiosos. ¿Fue un moderado o deseaba exterminar a los protestantes? El dato cuantitativo nos dice que, durante su etapa como canciller (1529-32), seis personas fueron ejecutadas por su disidencia religiosa.
Todo se tuerce
Su situación empezó a complicarse cuando el rey Enrique VIII quiso anular su matrimonio con Catalina de Aragón . El monarca supuso que el papa iba a dar su consentimiento sin mayores problemas. Luis XII de Francia, por ejemplo, había repudiado a su primera esposa, Juana de Valois, para casarse con Ana de Bretaña.
Tomás Moro fue condenado a muerte por su oposición al cisma de Enrique VIII.
No fue tan sencillo. El papa no dio su visto bueno, y Enrique, ansioso por concebir un hijo (varón) legítimo con su amante, Ana Bolena, decidió desafiar sus directrices. A partir de aquí, el camino hacia el cisma religioso no tendría vuelta atrás .
La desaparición de Tomás Moro provocó un profundo malestar en los círculos humanistas europeos
Moro se opuso a los deseos del soberano. Como fiel súbdito, acataba su autoridad. Le era completamente leal. Tanto que, en cierta ocasión, dijo que si su cabeza pudiese servir para conseguirle un castillo al monarca no dudaría en cortársela él mismo. Pero no estaba dispuesto a bendecir su matrimonio con Ana Bolena .
Menos dispuesto aún estaba Moro a reconocer al rey como cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Eso, a su juicio, implicaba usurpar la autoridad religiosa que solo pertenecía al papa. Para Enrique VIII, esta actitud equivalía a traición. Así que hizo juzgar y condenar a muerte a su antiguo colaborador.
El pensador valenciano Juan Luis Vives era amigo de Tomás Moro.
Patrón de la política
La desaparición de Tomás Moro provocó un profundo malestar en los círculos humanistas europeos. Diversos autores reivindicaron la memoria del inglés, entre ellos, el pensador español Juan Luis Vives (1492-1540), que había sido su amigo. Entre ambos, además de cordialidad, existió una admiración mutua. La Iglesia católica canonizaría al autor de Utopía en 1935, convirtiéndolo en el santo patrón de los políticos.
Fuente del texto: lavanguardia.com/historiayvida
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