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viernes, 3 de abril de 2020

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Cuarentenas, guerras y pobreza: la heroica entrega de los médicos en los infectos hospitales medievales

Desde que apareció el coronavirus, nuestra mirada se centra en el enorme sacrificio que realiza el personal sanitario por curas a los infectados, pero, ¿alguna vez nos hemos parado a pensar cómo era esta labor en el pasado y con qué medios e instalaciones contaban?

Detalle de un cuadro de Adam Elsheimer, pintado en 1598, en el que se muestran los cuidados en un hospital medieval de la Edad media

El coronavirus ha superado ya en España los 100.000 contagiados y 10.000 muertos. El mundo se acerca al millón de positivos y los 48.000 fallecidos. Desde que comenzó la pandemia a principios de año, nuestra mirada se ha posado, como nunca antes, en el funcionamiento de los hospitales y el enorme sacrificio que realiza el personal sanitario por ayudar a nuestros enfermos. Todos los días aplaudimos a las 20.00, pero, ¿alguna vez nos hemos preguntado cómo era esta labor hace siglos? ¿Con qué medios e instalaciones contaban los médicos y enfermeros para curar a las víctimas de las devastadoras pandemias y de las guerras durante la Edad Media?

«Pocos pondrían en duda, hoy en día, que el mejor sitio donde estar si uno está gravemente enfermo es el hospital. El hospital se considera la institución más importante en atención médica, tanto para pobres como para ricos. Y, a menudo, se asume que eso siempre fue así. Sin embargo, hasta hace poco, la mayoría de la gente, sobre todo si estaba enferma, habría luchado por no ingresar en un hospital, que se asociaba con la pobreza y con la muerte», apuntaba Lindsay Granshaw en su libro «The Hospital in History» (Routledge, 1989), para preguntarse después: «¿Cómo eran los hospitales en la historia?».

Muchos autores han defendido la imagen del hospital medieval como un espacio implantado para realizar pública y gratuitamente una labor de caridad, para aliviar el sufrimiento y disminuir la pobreza. Y los hubo ciertamente modélicos, como el Hôtel Dieu de París, uno de los mejores de la Edad Media y del que aún hoy existe abundante material histórico.

En el siglo XIII ya contaba con cuatro salas principales para pacientes en diversos estadios de enfermedad, otra para convalecientes y hasta una para maternidad. Tan especial era el cuidado del personal sanitario que los pacientes recuperados solían permanecer voluntariamente varios días más para trabajar en la granja o en la huerta en agradecimiento de los servicios prestados.

Enfermos amontonados

Sin embargo, no podemos llevarnos a engaño. La gran mayoría de los hospitales de la Edad Media no fueron tan eficientemente gestionados como el Hôtel Dieu de París. Este, de hecho, era una excepción. Según está documentado, era común que se amontonaran varios pacientes en una sola cama, sin importar que tipo de enfermedad sufrieran o si eran altamente contagiosos.

Un enfermo leve podía ser ubicado en la misma cama que uno sin posibilidades de sobrevivir. No era raro que despertaran con un cadáver a su lado, ya que la segregación de los casos más serios no era una práctica común. Había muy pocas camas para tanta demanda.

En el Hôtel Dieu, de hecho, cada cama era ocupada generalmente por dos pacientes, según aparece representado en las ilustraciones de diversos artistas de la época. Y las camas, a su vez, eran separadas por telas que nunca se lavaban y que, por lo tanto, facilitaban la expansión de las infecciones y entorpecían la ventilación.

Por lo menos, en este hospital parisino las habitaciones eran calentadas con enormes fogones y estufas de carbón vegetal y las prendas de los enfermos eran guardadas en un cuarto cerrado para lavarlas y arreglarlas antes de ser devueltas. La organización de este centro se puede decir que era similar a la de los hospitales modernos, con un jefe en cada departamento.

A lo largo de la Alta Edad Media se fueron poniendo en funcionamiento las farmacias, la primera de las cuales se abrió en Bagdad, en el 754; se inventaron las gafas, que a finales del siglo XIII ya eran bien conocidas en Italia; se empezó a practicar la disección, mostrada en público por el médico Mondino de Luzzi en 1315; se enseñó la medicina en las universidades, principalmente en Europa; se comenzó a practicar la oftalmología, definida en el siglo XI por un médico árabe; se descubrió un método antiséptico para limpiar las heridas, obra del cirujano del siglo XIII Teodorico Borgognoni, y se generalizaron las cuarentenas a raíz de la llegada de la peste negra. 

Las Cruzadas

En todo este periodo, la religión tuvo, por supuesto, una influencia dominante en el establecimiento de hospitales. De hecho, se puede decir que eran instituciones más eclesiásticas que médicas, en las que se ingresaba y aislaba a los enfermos para brindarles alivio, con pequeños intentos de curarlos. El amor y la fe fueron aspectos más importantes que las habilidades y destrezas científicas de los sacerdotes, asistentes y médicos, que igualmente se exponían y desvivían por sus pacientes en las condiciones más precarias.

En ocasiones, hasta costándoles la vida, al estar expuestos sin ninguna protección a los enfermos contagiados por la peste y otras epidemias. Uno de los primero momentos de impulso fue el siglo IX, puesto que una gran cantidad de órdenes religiosas crearon hospicios y enfermerías junto a los monasterios, en los que proveían de comida y refugio a los agotados peregrinos que llegaban enfermos. Uno de estos, el famoso hospicio alpino de San Bernardo, fundado en 962 en Los Alpes, todavía da socorro a los agotados y envía a sus perros para rescatar a los alpinistas perdidos.

Los hospitales aumentaron rápidamente durante las Cruzadas, a partir de 1096. Y no tanto por la guerra, sino por la peste y las enfermedades contagiosas, más letales para los cruzados que las espadas de los Sarracenos. Surgieron un montón a lo largo de todos los caminos que iban a Jerusalén. Un grupo de cruzados organizó, por ejemplo, los Hospitalarios de la Orden de San Juan, que en 1099 estableció en Tierra Santa un hospital capaz de dar atención a 2.000 pacientes. Eran los mismos caballeros quienes, desinteresadamente, se responsabilizaban del cuidado de los enfermos.

«Que los enfermos no sean descuidados»

Hasta el siglo XII, en lo que el gran historiador de la medicina Mirko Grmek llamó la primera etapa de la configuración de los hospitales, sus médicos y enfermeros se sacrificaban siguiendo la «Regula Benedicti», dictada por San Benito de Nursia tiempo atrás: «Debemos ocuparnos con preeminencia de los enfermos; debemos servirles como si se tratara de Jesucristo [...], puesto que Él ha dijo: “Estuve enfermo y vosotros me cuidasteis”. Y también:

“Lo que hayáis hecho a uno de estos pobres, me lo habréis hecho a mí. Por consiguiente, ha de ser obligación personal y moral del abad el que los enfermos no sean descuidados en ningún caso, sea cual sea su estado y condición”» 

A partir de ese momento y hasta principios del XIII, se produjo un importante crecimiento de hospitales en varios países de Europa. El principal impulso fue el del Papa Inocencio III, que sentó un ejemplo con un hospital modelo en Roma: el Hospital del Santo Espíritu. Fue construido 1204 y sobrevivió hasta nada menos que 1922, cuando fue destruido por el fuego.

Muchos visitantes de todas partes del mundo vinieron a verlo nada más abrirse e inspiró la apertura de otros nuevos en la capital italiana (nueve en poco tiempo) y en países como Alemania (155) durante los primeros años de la Baja Edad Media. Para socorrerlos, el Vaticano incluso ayudó a obtener recursos mediante un impuesto especial sobre cualquier transacción comercial que se realizara en la ciudad.

Algunos autores han defendido que la infraestructura de hospitales en Oriente era superior a la de Europa occidental. Destacaba el hospital del Pantokrátor, fundado por el emperador bizantino Basilio Juan II, en 1136, a orillas del Bósforo. Contaba con 50 camas repartidas en cinco departamentos: 10 para enfermedades quirúrgicas, ocho para enfermos agudos, 10 para enfermos masculinos, otras tantas para mujeres y, finalmente, 12 para enfermedades ginecológicas y partos.

Y cada uno contaba con dos médicos, cinco cirujanos y dos enfermeros o sirvientes, todos bajo las órdenes de dos médicos jefes, sin olvidar el departamento ambulatorio, la farmacia, el baño propio, el molino y la panadería. Un lujo de instalaciones que eran, obviamente, otra excepción, a la que es probable que no tuvieran acceso los más pobres, pero cuyo modelo se extendió a muchos lugares de Europa occidental, incluida El Escorial.

La lucha contra la lepra

Unas cuantas ciudades, especialmente de Inglaterra, construyeron instituciones municipales e independientes de los grupos religiosos. «Como todos los hospitales del período, los edificios eran costosos, a menudo decorados con tapicerías coloridas y ventanas con vidrieras, que contaban con grandes y ventiladas salas llenas de camas alineadas. Estuvieron generalmente a cargo de un maestro o guardián», explicaba Antonio Luis Turnes en su artículo «Origen, evolución y futuro del hospital».

Este doctor explica, además, que las paredes eran de ladrillo rojo o de piedra, que las ventanas daban casi ninguna luz, que apenas tenía ventilación y que se calentaban poco. Cuando la lepra empezó a extenderse en los siglos XII y XIII, aparecieron los lazaretos, que facilitaron la tarea a los colapsados hospitales. Eran, por lo general, estructuras toscas, usualmente construidas en las afueras de las ciudades y mantenidas simplemente para alejar a los leprosos en vez de curarlos.

Aún así, allí estaban cuidándolos los miembros de la Orden de San Lázaro, cuya entrega y sacrificio era sorprendente, a pesar de la poca ayuda que recibían de las autoridades y gobernadores. En Inglaterra y Escocia llegaron a existir 220 y en Francia, alrededor de 2.000. En Alemania fueron incluso más numerosos y se les considera responsables de establecer un protocolo de control e higiene que evitó la expansión de otras epidemias.

Se dice, incluso, que fueron ellos quienes comenzaron a erradicar la lepra. Una labor a la que ayudaron, con verdadera entrega y pasión, los miembros de otras órdenes laicas y religiosas, que consagraron sus vidas al cuidado de estos enfermos. En Londres, por ejemplo, destacaron hospitales como el de Santa María de Bethlehem, el primero en ser utilizado exclusivamente para enfermos mentales; el de Santo Tomás y el de San Bartolomé. Este último no solo cuidó a los enfermos más pobres, sino que trascendió la labor de simple depósito de almas que tenían otros y se organizó con un administrador jefe.

Tomado de: abc.es/historia
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Acerca de ancilo59

Hola, Mí nombre es Andrés Cifuentes. Soy un andaluz que lleva desde 1967 viviendo en Madrid. Es una ciudad cosmopolita, centro de negocios, sede de la Administración pública, central del Gobierno del Estado y del Parlamento español. Ojalá quien habla de nuestra incultura se acuerde de Séneca, Columela, Maimónides, Averroes, Góngora, Bécquer, Alexandre, Lorca, Juan Ramón Jiménez, Machado, Falla, Zambrano, Picasso, Velázquez, Murillo, Alberti, Carlos Cano, Gala, Luis Rojas Marcos, Sabina…

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