Se cumplen 130 años de la matanza del Año de los Tiros, día en el que una manifestación de campesinos y obreros en lucha contra la omnipotente Riotinto Company Limited fue duramente reprimida por el ejército. Aún hoy se desconoce el número de muertosEl 4 de febrero de 1888 el pueblo de Riotinto (Huelva) amaneció agitado por la manifestación que tendría lugar ese día. Campesinos y mineros se unían para defender sus derechos ante la todopoderosa Riotinto Company Limited, la multinacional que dirigía la explotación minera de la comarca.
Unos buscaban proteger sus cultivos de los daños que provocaban los gases tóxicos emanados por la calcinación del mineral, los otros mejorar sus condiciones laborales, ambos respirar un aire más limpio. La jornada acabó en muerte y desolación debido a la brutal represión ejercida por el ejército.
Esta es la historia del Año de los Tiros
The Riotinto Company Limited
En 1873, el endeudado gobierno de la I República vendió la explotación minera de Riotinto a un conglomerado internacional que constituyó The Riotinto Company Limited, una multinacional que cambió el aspecto socioeconómico de la provincia de Huelva, cuyos habitantes sobrevivían hasta entonces gracias a la agricultura y la pesca. Con la implantación de la Riotinto Company, Huelva entró a formar parte de los circuitos comerciales internacionales y conoció las grandes innovaciones tecnológicas de la época, como el ferrocarril. En la capital, de gran tradición marinera, nació una nueva tipología de puerto, centrado en el transporte de mercancías, que generó la llegada de buques de muy diversa bandera.
Dibujo de José Caballero que representa el muelle cargadero construido en Huelva para embarcar el mineral (Ayuntamiento de Huelva)
El contexto internacional explica la llegada casi masiva de empresas extranjeras ─no sólo llegó la Riotinto Company, sino que muchas otras empresas se asentaron en la cuenca minera onubense─. Estamos ante el período conocido como Segunda Revolución Industrial, un momento en el que la industria mundial consumía una ingente cantidad de minerales, lo que motivó una expansión y modernización de las explotaciones mineras por todo el mundo. La cuenca minera de Huelva ofrecía una alternativa muy valiosa para los empresarios, puesto que constituía una impresionante riqueza natural, con grandes reservas de metales no férricos, como el cobre, el zinc, el plomo y, especialmente, la pirita, en un país atrasado económica y socialmente que les permitía explotar al máximo sus beneficios económicos.
Un detalle fundamental para entender los hechos que narramos en este artículo es que en el contrato de compraventa de las minas se especificaba que los compradores se convertían en propietarios del suelo y del subsuelo de la zona, lo que significaba que el pueblo de Riotinto pasaba a manos de la Compañía. Esta realidad supuso que en la Compañía confluyeran dos realidades que aumentaron su poder hasta límites insospechados, dado que por un lado eran quienes controlaban la contratación de los mineros y, por otro, eran los propietarios de las viviendas donde éstos vivían. De esta forma controlaban la vida de sus trabajadores en todos sus aspectos. El mayor ejemplo de este poder es que el actual pueblo de Riotinto no se encuentra en el mismo lugar en el que estaba en el momento que tuvieron lugar los acontecimientos de 1888, ya que, por necesidades de la explotación, la Compañía trasladó la población a otro lugar.
«Los humos». Origen del conflicto
La extracción del mineral sólo era el primer paso del proceso. El primer tratamiento se realizaba en los alrededores de las minas usando un sistema de calcinación a través de «teleras», que consistían en la colocación de grandes montones de mineral sobre ramajes que ardían entre 6 y 12 meses. De este modo se conseguía desprender el azufre mediante la combustión para obtener cobre puro. Este sistema provocaba una enorme emanación de gases altamente tóxicos que perjudicaban la salud de los habitantes (problemas de digestión, circulación y respiración) y ocasionaba grandes perjuicios en las tierras de cultivo y en los ríos, donde se vertía azufre y arsénico.
Las «teleras» fueron el foco del conflicto entre los dos sistemas económicos imperantes en la zona. Los terratenientes, caciques tradicionales, veían como se atacaba su poder político ─la Riotinto Company intentó (y consiguió) influir en la política local desde su llegada─ y económico, puesto que la contaminación dañaba gravemente sus tierras. Ya en la década de los años 70 se escucharon las primeras voces críticas con el sistema de calcinación entre los propietarios de Calañas, localidad situada a 30 kilómetros de Riotinto, y se convocó una primera manifestación en enero de 1880, pero no fue hasta 1886 cuando comenzó la ola de protestas definitiva.
Al fondo de la imagen pueden verse las teleras en funcionamiento (Repositorio Arias Montano, Universidad de Huelva)
En noviembre de ese año el ayuntamiento de Calañas prohibió la utilización del sistema de calcinación en su término municipal, lo que provocó las protestas de las dos compañías mineras que operaban en su suelo. Estas empresas consiguieron la revocación de la prohibición por parte del Gobierno Civil de Huelva. No obstante, el Gobierno central acabó declarando competente al ayuntamiento para prohibir el uso de las «teleras». Espoleados por esta decisión, los ayuntamientos de otros pueblos cercanos siguieron la estela de Calañas y prohibieron el sistema.
María Dolores Ferrero Blanco |
La defensa de las «teleras» se hacía desde dos vertientes: por una parte, la propia defensa del sistema, porque era necesario para el avance de la industria en la provincia; por otra, defendían el derecho de la empresa a utilizar el modo de producción con el que obtenían mayores beneficios.
María Dolores Ferrero Blanco, una de las máximas expertas en la minería onubense, afirma que esta defensa de La Provincia era una muestra más de su servilismo hacia la Compañía, en vista de que usaba un argumento harto demagógico al equiparar el debate sobre el sistema de calcinaciones a un ataque a la minería y, por ende, a la economía provincial.
Las voces críticas ante los humos se unieron en la conocida como Liga Antihumista, encabezada por los terratenientes de los pueblos cercanos. La liga estaba apoyada por sectores del Partido Reformista y uno de sus altavoces mediáticos en Andalucía, El Cronista de Sevilla.
La masacre del Año de los tiros quedó impune por falta de pruebas
Lucha obrera desde los túneles
Los mineros conformaban otro de los grupos de interés en el conflicto. La explotación de las minas generó numerosos puestos de trabajo que atrajeron hasta Riotinto a miles de trabajadores desde todos los rincones de España. A pesar del paternalismo de la empresa propio de la época ─creación de hospitales y escuelas en la zona─, las condiciones de trabajo eran lamentables y los sueldos ínfimos, lo que, sumado a la alta siniestralidad y a la proliferación de enfermedades entre los trabajadores, provocaba que muchos de ellos murieran en el tajo o sufrieran secuelas de por vida. Además, como indicamos anteriormente, la Compañía era dueña del terreno donde vivían los obreros, lo que aumentaba aún más la vulnerabilidad de los trabajadores, quienes dependían por entero de la empresa, al recibir de ella su jornal y el arrendamiento de su vivienda.
Maximiliano-Tornet |
Debido al estricto control que ejercía la Compañía sobre sus trabajadores fue descubierto, despedido y encarcelado durante unos pocos días, aunque el juez decidió liberarle dado que los periódicos que repartía eran legales. De nuevo en libertad, recibió apoyo y solidaridad de sus antiguos compañeros y familias. Gracias a ello pudo continuar con su trabajo de agitación, que se tradujo en la convocatoria de una huelga para los primeros días de febrero de 1888.
Las reivindicaciones de los trabajadores eran claras: supresión de la peseta facultativa (cada trabajador aportaba una peseta de su sueldo para sufragar los gastos del personal sanitario de la Compañía), reducción de la jornada laboral de 12 a 9 horas, suprimir la contratación mensual (la empresa aprovechaba esta situación para pagar jornales diferentes según el mes), acabar con las diversas multas aplicadas por los capataces (por retrasos o cuando éstos consideraban que las vagonetas no salían suficientemente llenas de los túneles) y, para finalizar, la supresión del descuento de paga los días de «manta».
Esto último requiere una explicación más detallada. Las «teleras» ardían ininterrumpidamente durante días emanando los gases tóxicos ya comentados, ello provocaba que algunos días se formara sobre las minas una densa capa de humo, la «manta», que imposibilitaba la labor de los obreros, que perdían el día de trabajo y, por tanto, su correspondiente sueldo
En suma, en febrero de 1888 reinaba en Riotinto un clima reivindicativo, con una Liga Antihumista crecida por las prohibiciones efectuadas por diferentes ayuntamientos de la comarca y unos obreros en lucha para mejorar sus derechos laborales. Ambos colectivos decidieron unirse en una gran manifestación que tendría lugar el día 4 de febrero en Riotinto.
La manifestación
Desde la Liga Antihumista la manifestación pretendía presionar al ayuntamiento de Riotinto para que se sumara a la ola de prohibiciones del resto de ayuntamientos de la comarca. Sabían de la dificultad de la empresa, puesto que de los miembros que conformaban la corporación municipal sólo dos de ellos no trabajaban en la Riotinto Company. Debido a la situación, la Compañía solicitó protección al gobernador civil de Huelva, quien envió a la localidad una compañía del Regimiento de Pavía del ejército.
Plaza del Ayuntamiento del antiguo pueblo de Riotinto, lugar donde ocurrió la tragedia (Repositorio Arias Montano, Universidad de Huelva)
La manifestación atihumista partió desde Zalamea, capital tradicional de la comarca y hogar de sus mayores terratenientes, y se unió con la de los mineros, quienes cumplían su cuarto día de huelga general, en la entrada del antiguo pueblo de Riotinto. Juntas, en un ambiente festivo pero reivindicativo y llenas de familias enteras, se dirigieron a la plaza del Ayuntamiento, donde representantes de ambas comitivas se reunieron con la corporación local. La negociación no dio sus frutos por los intereses que los concejales tenían en la Compañía.
El alcalde, acompañado por los líderes de la manifestación, salió al balcón para exhortar a los vecinos a que se fueran a sus casas. En ese momento se desencadenó la tragedia. Aunque las fuentes de las que disponemos no se ponen de acuerdo para apuntar a un culpable claro, parece que, tras un intercambio de gritos entre los manifestantes y el ejército, los soldados recibieron la orden de disparar, provocando una huida general llena de tanto pavor que incluso los bancos de forja de la plaza fueron arrancados. La plaza quedó regada de sangre, cadáveres y heridos ─algunos de ellos rematados por las cargas de bayoneta de los soldados─.
Es difícil cuantificar el número total de vidas segadas ese día. Aunque la Compañía afirmó que habían fallecido 48 personas ─incluidos dos niños de 1 y 5 años─, la tradición popular del pueblo afirma, aún hoy, que fueron muchos los que se enterraron de forma clandestina en diferentes lugares del municipio por temor a represalias de la empresa debido a la participación de sus familiares en la protesta. De manera que resulta casi imposible conocer el balance total de víctimas que dejó la tragedia.
De lo que sí podemos estar seguros es de que el Año de los Tiros supuso un duro golpe a toda la comarca. Destrozó a numerosas familias y desarticuló por completo la organización obrera durante más de una década, pues el recuerdo de la matanza cohibió a los mineros de volver a reivindicar sus derechos durante años, y no fue hasta principios del siglo XX cuando volvieron las protestas y las huelgas. Por su parte, las calcinaciones fueron prohibidas por el gobierno nacional a finales del mismo mes de febrero.
El problema es que el decreto otorgó una moratoria de tres años a la Compañía para desarticular el sistema y dos años después de los hechos se derogó el Real Decreto, por lo que la prohibición quedó en nada. No obstante, las «teleras» fueron sustituidas por un nuevo sistema, la cementación natural, en 1895, no porque la Riotinto Company aceptara los daños que provocaba, sino porque el nuevo modelo era más rentable económicamente. A pesar de todo ello, y como represalia por los hechos de los primeros días de febrero la empresa despidió a cerca de mil trabajadores, argumentando que era necesario debido a los cambios que debía efectuar por la prohibición de las «teleras».
La historia del Año de los Tiros nos acerca a una España considerada por las grandes potencias económicas del mundo como un terreno propicio para la explotación empresarial debido a los bajos salarios que permitía la legislación local y una escasa conciencia por el bienestar de los trabajadores, una mentalidad colonial que ahora nos suena lejana pero que continúa existiendo en otros lugares del mundo, donde la misma empresa que apoyó el control total de los obreros de Riotinto e, incluso, la represión violenta ante sus reivindicaciones, continúa aprovechando en la actualidad las ventajas que ofrece deslocalizar sus explotaciones en países con sistemas sociopolíticos más permisivos con sus actuaciones.
Para saber más:
Ferrero Blanco, Mª Dolores (1998), Capitalismo minero y resistencia rural en el suroeste andaluz. Rio Tinto, 1873-1900. Huelva: Universidad de Huelva. Peña Guerrero, Mª Antonia (1998), Clientelismo político y poderes periféricos durante la Restauración, Huelva, 1874-1923. Huelva: Universidad de Huelva. El corazón de la tierra (Antonio Cuadri, 2007). Película que recrea los hechos.Otras fuentes: revistalacomuna
Tomado de: descubrirlahistoria
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